LA VACA Y LA MOSCA

-Está loca -dijo el reyezuelo.

-Está sufriendo, pobrecilla -dijo el gorrión.

-Es la vaca -dijo el aguzanieves, pestañeando y agitando su cola enmarañada.

-Claro que es la vaca -respondió el reyezuelo-. Eso lo ve cualquiera.

Los tres pajarillos estaban posados uno junto a otro encima de la cerca del prado.

La vaca embestía a toda velocidad de un lado a otro del campo, resoplando y mugiendo, revolcándose y bramando, saltando y girando, y armando un alboroto increíble.

El reyezuelo dijo:

-Le ocurre algo.

El gorrión asintió:

-Sí, ¿pero qué?

El aguzanieves se limitó a mirarla. Luego, en voz muy baja, preguntó:

-¿Será peligrosa? ¿Creéis que deberíamos irnos?

-No seas tonto, aguzanieves -dijo el reyezuelo, quien, aunque era un pájaro pequeñísimo, tenía un corazón valiente-.

Esa pobre criatura no te puede hacer daño.

De pronto, la vaca marrón y blanca fue corriendo hacia ellos. El suelo retumbó con el trepidar de sus cascos. Los tres pájaros estaban a punto de echarse a volar.

Hasta el reyezuelo lo iba a hacer.

Pero al llegar junto a la valla, la vaca se detuvo y se quedó mirándolos. Agitaba la cabeza de lado a lado, arriba y abajo y en diagonal. Movía los ojos como loca, daba coces sobre el suelo y sacudía el rabo.

-Pero, ¿que te pasa? -le preguntó el reyezuelo.

-Eso, ¿que te pasa? -repitió el gorrión.

El aguzanieves ladeó la cabeza y miró a la vaca. No sabía qué decir. La vaca dijo:

-Tengo una mosca metida en la oreja desde hace horas. No quiere salir. No deja de zumbar y zumbar y me está volviendo loca.

-¿Qué oreja? -preguntó el gorrión, como si eso importara.

La vaca volvió a sacudir la cabeza y resopló. Su caliente aliento salió como si fuera el vapor de una cafetera y casi arrojó a los pájaros de la cerca.

-Es mi oreja derecha -gimió la vaca-. Hace horas que la mosca zumba, silba y me hace cosquillas. Sus alas me hacen cosquillas, y cada vez me pica más la oreja. ¡Huyy! ¡Muu!

Levantó una pezuña e intentó rascarse dentro de la oreja.

-¿No le has pedido ayuda a nadie? -preguntó el reyezuelo.

-¡Oh, sí! Les he preguntado a todos los animales que me he ido encontrando, pero nadie me puede ayudar -contestó la vaca con desespero-. Primero pedía ayuda al burro.

-No te puedo ayudar -rebuznó el burro-. Me van a venir a buscar para llevarme a la playa. Durante meses sólo veré las olas y la arena. Los niños me darán de comer helados con huesos de madera. Se reirán y pensarán que me gusta. Pero lo único que quiero es esta hierba tan y tan dulce. No tengo tiempo para ayudarte. Tengo que comer sin parar.

-Así que le pedía ayuda al caballo -prosiguió la vaca.

-No te puedo ayudar -relinchó el caballo-  Me van a venir a buscar para llevarme de caza. Me azotarán con un látigo y me harán saltar setos y fosas.

Me harán cruzar los bosques y los arroyos. Quedaré mojado, cansado y sucio. No tengo fuerzas para ayudarte. Debo descansar y ahorrar energías.

-Así que le pedí ayuda al toro -dijo la vaca

-No te puedo ayudar -bramó el toro-. Me van a venir a buscar para llevarme a la feria, y me pasearán con una cuerda tirando del aro de mi hocico. Me frotarán y me pondrán polvos que pican. Si doy coces, me atarán las patas traseras. Tendré que estas de pie durante horas. Me enfado sólo de pensarlo. No te puedo ayudar. Estoy demasiado enfadado para ayudar a nadie.

-Al final le pedía ayuda al cuervo -se lamentó la vaca.

-No te puedo ayudar -graznó el cuervo-. El granjero va a venir a probar su escopeta nueva. Cuando llegue, dile que me he ido. Debo volar. ¡Volar! 

Y voló como una flecha, hasta perderse de vista.

-¡Pobre vaca! -dijo el reyezuelo-. Nosotros te ayudaremos.

-Sí, déjanos pensar un minuto -dijo el gorrión.

Se agruparon en la cerca, con el reyezuelo en medio. El gorrión se esponjó como una bola. La cola del aguzanieves subía y bajaba como si fuera una lengua chismosa.

Pasado un rato, el gorrión dijo:

-Ya sé. Vete y mete la cabeza en el lodo que hay al borde del estanque del prado. A las moscas no les gusta tener las patas pegajosas, así que saldrá corriendo en cuanto vea lo que hacer.

-No me gusta mucho la idea -replicó la vaca, que seguía sacudiendo la cabeza de un lado a otro-, pero estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para librarme de la mosca.

La vaca atravesó el campo corriendo, bramando y mugiendo por el camino. Los pájaros volaron tras ella para ver si lo hacía bien. La vaca llegó al estanque. Cerró los ojos y sumergió despacio la cabeza. La metió en el barro, el barro espeso y viscoso.

El barro se le metió en el hocico, en los ojos y en las orejas. Luego, mucho más deprisa que para meterla, sacó la cabeza pegajosa y pringosa. ¡Menudo aspecto tenía!

Pero la mosca seguía zumbando, a salvo y en el fondo de su oído. La vaca gimió.

Los pájaros se volvieron a agrupar, sintiendo mucha lástima por ella. ¿Qué podían hacer?

-Yo sé qué hay que hacer -dijo el aguzanieves. Revoloteó sobre la cabeza marrón y sucia de la vaca-. Si hundes la cabeza en el pajar, se te meterá paja en la oreja y eso hará salir a la mosca.

Parecía una idea genial. El reyezuelo y el gorrión batieron sus alas en señal de aprobación.

La vaca comenzó otra vez a atravesar el prado, agitando y sacudiendo la cabeza. Tenía que hacer algo, y deprisa. Los pájaros la siguieron, intentando volar a su altura. Cuando llegó junto al pajar, la vaca cerró los ojos  y tomó aliento. Corrió directamente hacia el pajar y enterró toda la cabeza en la paja.

Los trozos de hierba seca se le clavaron en el hocico y le hicieron estornudar. Retrocedió poco a poco hasta salir del pajar. ¡Menudo aspecto tenía!

Pero la mosca seguía zumbando, a salvo y en el fondo del oído de la vaca.

La vaca gimió.

-¡Pobre vaca! -exclamó el gorrión-. Venga reyezuelo, piensa algo. El reyezuelo pensó unos minutos.

Cuando habló, lo hizo con un susurro, como la lluvia cuando cae.

-Si metes la cabeza en el arroyo del molino -dijo a la vaca-, el agua entrará deprisa en la oreja y se llevará esta molestia. 

Parecía una idea sensata. La vaca estaba desesperada. Fue a todo correr hacia el arroyo, directa hacia la empinada orilla. La corriente era profunda y veloz. Sumergió la cabeza. Aguantó la respiración y mantuvo la cabeza bajo el agua tanto como pudo. Le entró agua por el hocico, por el morro, por las orejas, pero ¡ay!, no entró lo suficiente.

Seguía zumbando la mosca, como un teléfono que nadie coge.

La vaca volvió a subir pesarosamente hacia el campo. No podía aguantarlo más. Estaba agotada. Se derrumbó sobre la cálida hierba verde y se quedó profundamente dormida. Los pájaros bajaron volando a posarse sobre su huesudo lomo. Ninguno de sus planes había funcionado. Les daba mucha pena. 

Pero, de repente, la mosca, que estaba a salvo y en el fondo del oído de la vaca, dejó de zumbar y se sentó a escuchar.

-¡Por fin! -dijo con un suspiro de alivio-. Al final este pobre bicho ha dejado de correr, de mugir y de agitarse. Ahora podré encontrar la salida de esta honda y oscura oreja sin que me tumben por todas partes. No volveré a entrar nunca más; esto es una ratonera.

Y con un rápido aleteo, salió volando al aire fresco del exterior.

-¡Mirad! -dijeron los tres pájaros a la vez.

El gorrión hinchó sus plumas con orgullo.

-Si no se me hubiera ocurrido lo del barro... -empezó a decir.

-Y si a mí no se me hubiera ocurrido lo de la paja... -le interrumpió el aguzanieves.

-Y si yo no hubiera sugerido lo del arroyo... -presumió el reyezuelo.

-Si los tres no hubiéramos sido tan, tan listos -dijeron al unísono con sus vocecillas -y no hubiéramos hecho que la vaca se cansara tanto, tanto, ¡nunca se habría librado de esa mosca!

Y se fueron volando juntos, de regreso a la cerca del prado.


Philip Ennis

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