CHUSCO UN PERRO CALLEJERO

Chusco era un perro callejero muy mayor que vivía en un callejón oscuro. Tan oscuro era que apenas podía ver quién andaba por allí.

Una noche de invierno Chusco temblaba de frío y su estómago rugía de hambre: no tenía fuerzas para buscar comida.

Recordaba muchas cosas de cuando era joven: jugar con sus amigos, ayudarles cuando lo necesitaban...

Chusco también tenía una ilusión: ser el perro de alguien, vivir en una casa y esperar en la puerta a su dueño.

Chusco vio una sombra que se acercaba.

-¡Hola Chusco! Vengo a verte ¿Cómo estás?

Chusco reconoció la voz: era su amigo Pirata, que le visitaba todos los días.

-¿Qué tan Pirata? No te había visto.

Me estoy haciendo mayor y cada día veo menos.

-No te preocupes Chusco, entre todos te cuidaremos.

Por cierto, ¿has comido algo?

-No he tenido fuerzas para salir a buscar comida

-contestó Chusco.

-Pues voy a buscar algo para ti, tú espera aquí tranquilo.

Pirata salió corriendo a buscar comida. Estaba seguro de que encontraría algo en el cubo de la basura de un restaurante que estaba cerca.

Por el camino se encontró con el gato Michino.

-¿Dónde vas tan deprisa Pirata? -le preguntó.

-Voy a buscar comida para Chusco, está muy viejo y enfermo.

He visto cómo temblaba de frío.

-Pobre Chusco  -dijo michino -buscaré algo que le dé calor.

Michino salió corriendo hacia una tienda de telas cercanas. Había visto a la dueña tirar restos de telas en un contenedor. Tal vez podrían servir para dar calor a Chusco.

Por el camino, Michino se encontró al ratón Chitón.

-¿Dónde vas tan deprisa Michino? -le preguntó.

-Voy a buscar telas para hacer una manta a Chusco, está enfermo y pasa mucho frío.

-Pobre Chusco, yo también le quiero ayudar.

Él me ha dejado muchas veces comer de su comida.

Cuando Pirata llegó al restaurante buscó en el cubo de la basura y encontró comida. No sabía que alguien le miraba con curiosidad.

El dueño del restaurante quiso saber a quién llevaba la comida y decidió seguirle.

Cuando Michino llegó a la tienda de telas saltó encima del contenedor y buscó un trozo de manta. No sabía que alguien le miraba con curiosidad.

La dueña de la tienda de telas quiso saber a quién llevaba el trozo de manta y decidió seguirle.

Cuando Chitón llegó a su casa buscó el gran trozo de queso que había en la trampa de ratones y, arriesgando su vida, lo cogió y salió corriendo a la calle. La dueña de la casa lo vio y decidió seguirle.

El perro Pirata fue el primero en llegar al callejón.

-Chusco, te he traído un poco de comida.

Tienes que comer para ponerte fuerte

-Gracias amigo, eres muy bueno. Seguro que me encontraré mejor después de comer. 

Después llegó el gato Michino:

-Chusco, te he traído un trozo de manta para que te tapes bien y no tengas frío.

-Gracias amigo, eres muy bueno. Seguro que me abrigará.

Por último llegó el ratón Chitón:

-Chusco, te he traído un trozo de queso que estaba en mi ratonera. ¡Por poco caigo en la trampa!

-Gracias, amigo, eres muy bueno no tenías que haber arriesgado tanto por mí.

Los tres amigos contemplaban a Chusco mientras comía. Cuando terminó, Michino lo tapó con la manta.

Ellos no sabían que tres personas observaban emocionadas: el dueño del restaurante, la dueña de la tienda de telas y la dueña de la casa donde vivía Chitón.

Se acercaron a Chusco y le dijeron:

-Hemos visto cómo te cuidan tus amigos. ¿Cuál es tu nombre? 

-Me llamo Chusco y ellos son mis amigos Pirata, Michino y Chitón.

Está muy bien lo que habéis hecho -dijeron los tres a la vez. Nosotros, ¿qué podemos hacer por tí?

-Me gustaría tener una casa donde vivir y alguien a quien esperar en la puerta. Soy muy viejo pero todavía puedo ladrar si viene un extraño. 

El dueño del restaurante le dijo:

-Ven a buscar comida cuando quieras, así no pasarás hambre. 

Y la dueña de la tienda de telas le dijo: 

-Yo puedo hacerte una manta grande con retales de mi tienda, así no pasarás frío.

Y la dueña de la casa donde vivía Chitón le dijo:

-Yo estoy sola. Puedo llevarte a vivir conmigo. Los dos nos haremos compañía.

Así fue como Chusco cumplió su mayor deseo. 

Y desde entonces sus amigos le visitaban cada día y  él les cuenta las aventuras que vivió en su juventud.

 

Autora Begoña Ibarrola.

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